Hierbas aromatizando los aires, frutos maduros acompañando las veredas.

El padre sol aún no entrega sus rayos majestuosos, la madre tierra se prepara para recibir nuevas semillas, otoño, tiempo de preparación. Los pequeños espacios rurales de la ciudad se alegran al recibir a nuevos/as horticultores/as dispuestos/as a danzar con la luna, con el agua.

lunes, 29 de noviembre de 2010

domingo, 28 de noviembre de 2010

largo peregrinaje


la carga bien cargada

Huerta se okupa del pasaje



Tras del muro, una huertita pequeña y angosta viene a acompañar el paso de sus habitantes. Las flores de las papas comienzan a aparecer y los choclos explotan uno tras otro aprovechando los rayos del sol. La vida se expresa y rompe el pavimento. Tal como el Aromo nacido en una piedra, que cantara don Atahualpa Yupanqui.

más y más trigo


Trigales en cosecha


Las primeras espigas de trigo en cícrculos han sido cosechadas. Largas, doradas,secas y llenas de crujientes granos. Agua, humus, sol y amor en Ñuñohue y por supuesto, la alegría de l@w niñ@s!

martes, 23 de noviembre de 2010

Pequeña ciclista urbana


Pedalea hacia sus sueños

Trigos dorados en la calle ñuñoína


Sembrados en mayo se aprontan a la cosecha. Más allá de comer, también se trata de conocer, sentir y disfrutar, aún más cuando son niñ@s quienes diariamente habitan este lugar. Actualmente, la trilogía andina de choclo, poroto y zapallo acompañan las siembras de invierno. Los porotitos han mostrado sus primeras flores rojas y los choclos comienzan a espigar.
¡Arriba la huerta urbana!

jueves, 28 de octubre de 2010

martes, 28 de septiembre de 2010

Porotitos en el barrio


Llegan un puñao de porotitos de colores, para treparse en las cañas dulces de nuestros choclos.
¡Vamos chiquillos!, tienen que lucir sus vainas, resplandecer en el valle del Mapocho, como siempre lo han hecho. ¡Trepen, trepen y dejen que los niños se cuelguen de sus enredaderas!

Trigos saludan al pasar

Abramos el paso a los brotes de primavera


Nuevas chacras urbanas crecen en el suelo vivo que deja la ciudad, libres y asombrosas se expresan despacito. De pronto, se encuentra con algún misterioso manzano que florece año a año en una de las calles de Ñuñohue. Nadie notaba que era un manzano perdido en el tiempo. Hasta que el trigo vino a acompañarle, luego los choclos y los porotos.

martes, 18 de mayo de 2010

"Cultivando en la Ciudad: Florecen Huertas en Santiago de Chile"


Sofía Arrebol
La agricultura puede ser entendida como una práctica a través de la cual diferentes civilizaciones han asegurado sus necesidades alimentarias por más de 10.000 años en este planeta. La domesticación de las especies vegetales está entre las más importantes revoluciones que los seres humanos hemos realizado. Dicha práctica, con algunas de sus variantes como la horticultura, puede ser representada desde numerosas miradas, comprendiendo que la diversidad sociocultural en donde se desarrolla imprime huellas particulares a un evento que trasciende lo meramente material.
Del mismo modo la horticultura, como expresión agrícola de menor escala y sin el uso de herramientas intensivas como el arado, se expresa tradicionalmente en la figura de la huerta. Un espacio de cultivo particular, cerrado y próximo al espacio doméstico, mantenido en un contexto mayoritariamente rural. En la huerta conviven grandes cantidades de vegetales, destacando la presencia de hortalizas, hierbas medicinales, culinarias y aromáticas. La existencia de estos lugares se atribuye primordialmente al autoconsumo y, en alguna medida, a la venta de excedentes de la cosecha, marcada por el trabajo familiar.
En cuanto a los antecedentes de horticultura en la ciudad, en el caso del Gran Santiago, primeramente estuvo a cargo de los habitantes originarios del Valle del río Mapocho antes de la conquista española. Desde tiempos coloniales la presencia de importantes chacras en los márgenes de la urbe ha provisto de frutas y verduras a los mercados y ferias. Sin embargo, hasta mediados del siglo pasado era común poseer solares familiares al interior de viviendas que contaban con grandes patios, donde se cultivaban árboles frutales y se mantenía algunos animales como gallinas, cabras, vacas, caballos, etc., en los barrios históricos de un Santiago marcado por una acelerada transición entre el campo y la ciudad.
La expansión urbana fue dejando atrás los pequeños paisajes y costumbres propios de la ruralidad, definiendo el tipo de uso del suelo y, por ende, marcando los límites para una horticultura fuera de la ciudad. En la década de los cuarenta se crean los huertos obreros en lo que actualmente corresponde a la comuna de La Pintana, levantando la imagen de que el fenómeno horticultor urbano corresponde a una necesidad propia de los sectores más desprovistos económica y socialmente. Sin embargo durante la última década, el recuerdo de la huerta familiar campesina, esa que tantos/as hombres y mujeres trajeron consigo desde el campo a la capital, ha venido revalidándose como la posibilidad de crear una intervención de este tipo en otros escenarios, actuales y urbanos. Esa huerta de la infancia se ha venido a sembrar en un nuevo micro espacio, con ideas renovadas que, lentamente, comienzan a reemplazar jardines con culto a la estética en jardines comestibles, donde las flores no solo deleitan los sentidos, sino que además son parte de un nuevo ecosistema. Donde se intenta recrear los propios mecanismos de la naturaleza, imitando la diversidad de especies que permiten vivenciar cierto equilibrio ecológico, tan lejano a la artificialidad que ofrece la ciudad.
En diferentes puntos repartidos por las comunas de la Región Metropolitana proliferan, nuevamente, las huertas. De la mano de distintas personas que han decidido comenzar y mantener una conversación permanente con un mundo vegetal que va mostrando múltiples beneficios alimentarios, sociales, terapéuticos, culturales, medioambientales, económicos, entre otros tanto tangibles como también simbólicos. Algunos/as gestores/as han creado programas comunales, como en el caso de La Reina, donde se ha revalidado un sistema tradicional campesino de mediería. A estas huertas acuden familias, parejas de jubilados/as, estudiantes, amigos/as de todas
las edades para trabajar la tierra. Desde comienzos de este siglo, el programa comunal ha ido creciendo, contando este año con más de setenta medieros/as, además de estar organizando la primera feria libre orgánica permanente, en el centro comunitario Aldea del Encuentro.
Gracias a las propias labores en las huertas se consigue producir alimentos sanos, se aprende a elaborar el preciado compost y se cultivan relaciones sociales al son del intercambio de experiencias vitales. Asimismo, el redescubrimiento de numerosos eventos de la naturaleza, sumado al sentimiento de bienestar que esta práctica genera, empuja para que variados grupos de hortelanos/as repliquen la experiencia en sus casas y a veces en sus lugares de trabajo. Del mismo modo, otros/as se han aventurado en la instalación huertera en espacios públicos, tal como el Huerto Orgánico Las Niñas emplazado en una de las orillas del Canal San Carlos, en la misma comuna de La Reina. Su gestora, Bertina Soto, es considerada como una importante referencia de horticultura urbana, tras haber convertido un sitio eriazo, lleno de escombros y basura por allá en el año 2002, en un vergel donde se puede encontrar los más variados tipos de cultivos. Siendo, además, reconocida como una prolífica curadora de semillas dentro de la ciudad.
Asimismo, hace más de diez años, por el sur, en la comuna de El Bosque se han venido gestando distintas experiencias hortícolas en patios de consultorios, en sedes de juntas de vecinos/as y en otros espacios comunitarios. Algunas iniciativas han logrado establecerse con mayor continuidad que otras como el Huerto Orgánico Carelmapu. Donde un grupo de la denominada tercera edad, provenientes mayoritariamente de localidades campesinas, desde fines de los años noventa cultiva una huerta en un patio cedido por la Casa de Encuentro del Adulto Mayor de esta comuna. Un lugar comunitario, con invernadero y un pequeño comedor, donde se reúnen en torno a las labores de la tierra. Manifiestan su preocupación por cuidar de las llamadas “semillas antiguas” y de cultivar orgánicamente. En el tiempo de labranza logran además intercambiar conocimientos con personas de otras generaciones, participando, por ejemplo, de talleres con niños/as de colegios cercanos. Un amplio abanico de motivaciones inmateriales nutren las voluntades para reunirse a cultivar la huerta tres veces a la semana, durante todo el año. Destacando su (re) conexión con una práctica que desarrollaron en su infancia en distintos puntos de Chile, antes de migrar a la capital.
Por otro lado, la fuerte convicción de que estamos viviendo en una época de crisis planetaria social y ambiental, marcada por la creciente amenaza de que se instale el imperio de la transgenia, ha motivado a un grupo de jóvenes, de distintas ocupaciones, a crear el Huerto Orgánico Hada Verde. En pleno corazón de la céntrica comuna de Providencia, se combinan técnicas de cultivo que incluyen elementos de la permacultura, de la agricultura biológico-dinámica, entre otras.
Con el correr del tiempo esta iniciativa ha ido creciendo y ha aparecido en numerosos medios de comunicación masivos, tanto escritos como audiovisuales. Las principales inspiraciones para desarrollar este proyecto horticultor, según señala su principal gestora Stephanie Holiman, se vinculan con la necesidad de hacer frente, desde la propia práctica, a un fenómeno que se vislumbra como gigantesco. Las problemáticas derivadas de la pérdida de variedades tradicionales de especies vegetales, la creciente artificialidad y contaminación de los alimentos que consumimos, la destrucción del paisaje natural y en general la predominante desconexión humana de los procesos de la naturaleza, la han llevado a tomar una marcada posición política centrada en el hacer. Es así como ha transformado su vida y, en la actualidad, Stephanie se dedica de lleno a temas vinculados con la horticultura urbana, realizando talleres educativos, participando en la creación de otras huertas, incluyendo a la comunidad en las labores, realizando ferias en el Huerto Hada Verde, etc.
El sentido que horticultores/as atribuyen a la práctica de mantener lugares de cultivo orgánico, dentro de la ciudad de Santiago, históricamente, ha sido reducido a una mirada economicista. Argumentando que la acción de producir parte de la propia alimentación, responde a una necesidad material más que simbólica. Sin embargo, de acuerdo al recorrido trazado en distintos puntos huerteros de Santiago, puede dilucidarse un profundo conjunto de motivaciones que apuntan a una visión crítica del modelo actual de vida. Mediante el trabajo en la huerta se (re) valoran formas asociativas de convivir. Se vuelve a vincular con elementos básicos de nuestra existencia como es el propio alimento que comemos. Mediante el trabajo hortícola la percepción del tiempo discrepa con la sensación vertiginosa del tiempo urbano, marcado por lo efímero en lo social y los monopólicos intereses de producción económica. Las numerosas experiencias de horticultura planteadas en un contexto urbano están siendo consideradas como una dinámica alternativa a la predominante oposición binaria cultura-naturaleza, donde la primera explota ilimitadamente a la segunda. No sólo se trata de cultivar para comer, sino que además, para expresar una posición política frente a hegemónicas formas de concebir la vida. Cada horticultor/a representa su trabajo, su propia labranza, desde el lugar que ocupa en el mundo, haciendo una interpretación de lo que hace de acuerdo a su historia de vida, sus vivencias. Es así como para algunos/as la huerta urbana recrea la imagen de lo que vivieron en su infancia campesina, donde la huerta era el centro de la vida familiar. Para otros/as la huerta urbana representa una forma cultural de resistir frente a las avasalladoras maneras que la ciudad y el sistema mundial globalizado va tomando en esta época, identificándose más con una mirada hacia el futuro, desde una preocupación ambientalista.
Sin duda la horticultura urbana en la capital seguirá creciendo, pues ha vuelto a florecer en su interior. La alternativa de decidir qué y dónde cultivar está reuniendo a los más variados grupos humanos, constituyéndose en una transversal iniciativa para reunirse y una nueva revolución cultural.

domingo, 14 de marzo de 2010

Leche de almendra, bebida vegetal maravillosa

"Ideal para consumir en etapas de crecimiento, pues aporta gran cantidad de calcio. Beneficia al corazón, cuando se tiene altos niveles de colesterol y/o triglicéridos. Además de ser una alternativa para aquellas personas alérgicas o intolerantes a la lactosa de la leche de vaca y a las proteínas animales, validándose como sustituto de la leche animal. Agregando que la riqueza en calcio que aporta al cuerpo es mejor absorbido por éste, que aquél incorporado por lácteos animales. La almendra es de los frutos secos más ricos en potasio, un ión indispensable para el organismo por su papel en el cerebro, músculo, etc. La leche de almendras al ser muy pobre en sodio y rica en potasio es muy adecuada para casos donde hay pérdida de este último: diarreas, vómitos, tratamientos con diuréticos que eliminan potasio. Y para casos donde el sodio sea un problema: hipertensión arterial o bien en enfermedades donde se produce un aumento de líquido extracelular (edema) como cardiopatías, afecciones renales y cirrosis hepática. A nivel digestivo es de gran ayuda en casos de dispepsias gastro-intestinales, gastritis y como regulador del peristaltismo intestinal. Por su buena relación calcio /fósforo, la leche de almendras es un alimento ideal para distintas edades, como en la infancia y adolescencia, donde ambos nutrientes juegan un papel esencial en la formación y remodelación del hueso. Así también, en mujeres embarazadas o que se encuentren amamantando y en la etapa de vejez ayuda a prevenir el desarrollo de la osteoporosis. Tiene un alto porcentaje de fibra soluble e insoluble con lo cual: protege la pared intestinal, sobre todo a nivel del colon y regula la velocidad de absorción de azúcares y colesterol. En presencia de fibra la velocidad de absorción de glucosa puede disminuir hasta en un 50%; este hecho constituye la base para su uso clínico en el tratamiento de la diabetes insulino-dependientes tipo I y para el tipo II (insulino no dependientes). "

disponible en: www.enbuenasmanos. com



Huertas familiares del pasado campesino: Huertos urbanos en el presente


"En la última década el recuerdo de la huerta familiar campesina, esa que tantos hombres y mujeres trajeron consigo desde el campo, se ha venido transformando en un huerto urbano. Esa huerta de la infancia, se ha venido a sembrar en un nuevo micro espacio, con ideas renovadas que reemplazan jardines con culto a la estética en jardines comestibles, donde las flores no solo deleitan los sentidos, sino que además han venido a ser parte de un nuevo ecosistema. Donde se intenta recrear los propios mecanismos de la naturaleza, imitando la diversidad de especies que permiten vivenciar cierto equilibrio ecológico, tan lejano a la artificialidad que ofrece la ciudad." ("Cultivando en la ciudad: Florecen Huertas en Santiago de Chile, Hernández, S (2010).-

Cultivar (se)


Son múltiples los beneficios que se desprenden de la horticultura orgánica a pequeña escala, en términos materiales y simbólicos, sobre todo en un contexto urbano. Siendo los primeros aquéllos que hablan acerca de la obtención de productos vegetales totalmente sanos, libre de residuos tóxicos, que contribuyen a la salud humana y ambiental. Por otro lado, los aspectos intangibles que rondan la huerta tratan acerca de un aprendizaje profundo obtenido a través de los sentidos, en donde se aprende acerca de la vida de los vegetales, las interacciones que ocurren con los insectos, así como también los procesos de transformación en los cultivos, desde las semillas, pasando por la germinación, hasta llegar a los frutos, mientras que van surgiendo sentimientos de bienestar y tranquilidad en toda la comunidad que rodea la experiencia de cultivar.

Los choclos suspiran

lunes, 18 de enero de 2010

"Huerta y cuerpo"


"La metáfora del cuerpo humano en relación con el trabajo hortícola no solo involucra los aspectos físicos anteriormente citados sino que, además, incluye, en aquellos casos donde la horticultura ha calado más profundamente, otra concepción del tiempo. Que asemeja su paso por el cuerpo y en la vida personal tal como ocurre en los ciclos de las plantas, en un tipo de percepción o afectividad más consciente, más presente e incluso diferente a los ritmos hegemónicos que corren vertiginosamente. Donde además el ciclo del crecimiento, la muerte y la resurrección a través de mágico compost, habla de un ciclo inacabable de la vida, todo lo cual contribuye a una particular manera de ser, estar y sentir en el mundo."

(Extracto de: Hernández, S (2009): "Cultivando en la ciudad y otras hierbas: Aproximación antropológica a la experiencia de horticultores/as urbanos/as en Santiago de Chile, " Santiago, Universidad Bolivariana.

(Re) aparecen las huertas....


"La huerta en la ciudad (re)aparece, desde su universo vegetal y cultural, como una conversación con las hierbas, las hortalizas, con los recuerdos y los aprendizajes presentes, en un paraíso cercado de las amenazas externas, de la realidad urbana algo ajena, más cercana al cemento y al tránsito, no sólo de vehículos sino que también en lo que respecta a las relaciones sociales."

"Mujer y naturaleza" Por Sofía Arrebol


[1]

De este modo, para los griegos Demeter, fue la diosa de la agricultura y en un nivel más global Gaia, representaba a la tierra. En cuanto al mundo precolombino, para los pueblos andinos, la madre tierra se denominó como Pachamama (de pacha, ‘tiempo’ o ‘época’, y mama, ‘madre’, en lengua quechua). A su vez los aztecas conocían a la diosa tierra como Coatlicue (‘la de la falda de serpientes’ en náhuatl), ñuke mapu (‘madre tierra’), entre nuestra tradición mapuche. Por citar algunos ejemplos de cómo existe un cierto grado de universalidad, en temas que vinculan la figura femenina a la naturaleza. De algún modo explicativo, estas representaciones se han atribuido a algunas características propias de la mujer, como es el caso de engendrar hijos/as y con ello representar la fertilidad, vinculado a la capacidad que posee la tierra para generar vida a través de los recursos que brinda al ser humano: el lazo que ciertas mujeres sienten con la Naturaleza tiene su origen en sus responsabilidades de género en la economía familiar. Piensan holísticamente y en términos de interacción y prioridad comunitaria por la realidad material en la que se hallan. No son las características afectivas o cognitivas propias de su sexo sino su interacción con el medio ambiente (cuidado del huerto, recogida de leña) lo que favorece su conciencia ecológica. La interacción con el medio ambiente y la correspondiente sensibilidad o falta de sensibilidad ecologista generada por ésta dependen de la división sexual del trabajo y de la distribución del poder y de la propiedad según las divisiones de clase, género, raza y casta. (Agarvall:2001), desde ese punto de vista, la relación de cercanía entre la naturaleza y la mujer, en mayor grado que aquella establecida entre los hombres, se construiría desde las actividades desarrolladas por ellas en un contexto de vida familiar, ámbito privado, en que éstas deben o debían aportar a la economía doméstica. El trabajo en la huerta, la preocupación por las plantas medicinales, según este enfoque, serían roles destinados en mayor medida a las mujeres, quienes a lo largo de la historia habrían desarrollado un vínculo más profundo con el medio, a través de las figuras de la recolección, el pastoreo, entre otras actividades consideradas menos agresivas con el medio ambiente. Es por esto, que las explicaciones de índole biológica, que hablaban de que la capacidad de las mujeres para gestar y crear vida las llevaría a desarrollar una posición más próxima a la naturaleza y, por ende, les permitiría identificarse más profundamente con ella, sumado al carácter “emocional” de las mujeres en sintonía con lo indómito y salvaje de la naturaleza.

Asimismo, los hombres estarían guiados en mayor medida por la razón, reflejado en el hecho de poseer el interés de transformar la naturaleza a través de los medios que le puede brindar la cultura, muchos de los cuales han llevado al mundo a una crisis ecológica, ante la cual, mujeres pro ecofeminismo han reaccionado como modo de visibilizar las formas de patriarcado al cual han estado sometidas, junto a la misma opresión de la naturaleza.

Es por esto, que ecofeminismo o feminismo ecologista plantea algunas opciones ante una denominada crisis social, como reflejo de un sistema acumulativo y opresivo, a través de los pensamientos críticos del feminismo por un lado y del ecologismo, por otro. Esta corriente apela a una autoconciencia como especie humana, en el sentido de establecer relaciones más horizontales entre hombres-mujeres y cultura-naturaleza. Para la investigadora, Teresa Flores Bedregal[2]El ecofeminismo constituye una de las corrientes más innovadoras del pensamiento feminista contemporáneo cuyos aportes tanto a la teoría feminista como a la práctica ambientalista han sido significativos. El ecofeminismo no representa un pensamiento filosófico unificado ni menos terminado, sino que tiene tantas vertientes como representantes en todas partes del mundo [...]”, del mismo modo, destaca que para comprender las relaciones sociales hombre-mujer y cultura-naturaleza, no es suficiente orientarlas desde el análisis económico, como muchas teorías lo han hecho en una especie de ataque contra el modelo de desarrollo de opresión y explotación, puesto que éstas han olvidado la dependencia que las actividades productivas guardan con los recursos naturales. Sin embargo “[...] ante la actual escasez de varios de estos recursos y con la crisis ambiental que hemos creado debido a sistemas de producción y consumo depredadores, estos factores deben considerarse como parte estructural de los procesos sociales. En este contexto la visión holística del ecofeminismo y la articulación de los nuevos enfoques dentro de los varios planos de análisis, resulta de capital importancia para comprender los condicionantes involucrados en las relaciones de género y a dónde debiera apuntar la tercera ola del feminismo” (Ibid)

En este sentido es que vinculo los planteamientos ecofeministas con los postulados de una nueva visión del desarrollo, redefinido desde la sustentabilidad que este modelo carece. Para la autora Rayén Quiroga[3], el surgimiento de una especie de economía socioecológica, no considerada desde una rama de la economía convencional, se trataría de “[...] una transdisciplina científica emergente que reconoce límites ecológicos al crecimiento económico y que se ocupa de estudiar y manejar el problema de la sustentabilidad. Este nuevo campo de conocimiento pretende generar un diálogo entre la economía y la ecología, desde un nuevo paradigma científico, construyendo un sistema conceptual e instrumental propio. Así, trasciende los avances recientes de la economía ambiental y de recursos naturales, que desde el pensamiento y los métodos económicos, se han ocupado de "incorporar" variables ambientales, sin hacerse cargo de la discusión del sustrato cultural, ético y estilístico que configura una determinada opción de desarrollo.”

De este modo, una alternativa de desarrollo sustentable en profunda sintonía con el trabajo productivo atribuido, en mayor medida, a las mujeres, es aquel que se relaciona con la visión de una huerta orgánica. La cual en sus principios esenciales considera el equilibrio ecológico, a través de una agricultura que no demanda el uso de elementos externos a la naturaleza para generar mayor cantidad de producción , sino que es capaz de establecer una relación de existencia armónica entre las especies que habitan en su ambiente próximo. En este sentido, el trabajo femenino desarrollado en este lugar, presenta muchos elementos desarrollados anteriormente, los cuales desde los principios del ecofeminismo, arrojan múltiples luces para interpretar cuáles son las construcciones culturales que asocian a las mujeres a esta ya citada cercanía con la naturaleza.


[1] Viola, A. (comp.): “Antropología del Desarrollo; Teoría y estudios etnográficos en América Latina”; PAIDOS, Barcelona, 2000.

[2]Flores Bedregal Teresa; PRIMERA BOLETINA FEMINISTA: Lanzamiento oficial: 26 de agosto del 2001, San José de Costa Rica

[3] Quiroga, Rayén: Para forjar sociedades sustentables, en revista POLIS, Ediciones U. Bolivariana, Santiago, 2000.

martes, 12 de enero de 2010

Huertas Urbánicas...

Crecen y se multiplican las huertas urbánicas en la capital. Recuerdo de quienes labraron estas tierras en otros tiempos. Cuando las aguas del Mapoocho refrescaban a caminantes y luego a jinetes...

jueves, 7 de enero de 2010

"Tomata y yo"


"Velocípeda, hembra transportadora, yegua metálica de azules reflejos. Vehículo que amortigua angustias y conduce por la fantasía. Corre serena día y noche, siempre más rápida cuando el pedaleo es de regreso A veces parece que de sus alforjas brotan alas, cuando sobre las calles eleva su esqueleto. Para ella cualquier ruta se transforma en pedaleable. Sus llantas del veintiocho no vacilan frente a las piedras, ni a los adoquines, menos ante el cansancio de los últimos kilómetros que la separan del destino. A simple vista parece una bicicleta común y corriente, con neumáticos un poco más gruesos que los de costumbre para su talla, además de un canasto al frente y una silla trasera con resortes para criar a una hija despierta. Por las aceras populosas nos deslizábamos juntas al medio día. Tres cuerpos y tres almas, fluyendo por un puñado de calles, parques y escenas. Madre, hija y bicicleta. Es fiel compañera, mecánica y sigilosa. Una camella grandota, bicicleta potranca. Debajo de su actual azul metálico guarda sus colores originales, verde y rojo, como un tomate. Su alma es provinciana, como la mía. La compré en Santa Cruz a un viejo constructor de bicicletas, con unos ahorros que tenía reservados para financiar una rebelión en el Gran Santiago.

Se hizo bicicleta-mujer un verano en los caminos del recóndito Lago Budi. Fue lejos de la capital donde conoció el óxido sobre sus rayos, aquella noche que durmió junto a una carpa de ciclistas amantes, escuchando el frío oleaje en la extensa y solitaria playa de Puerto Saavedra. Aún joven, siguió herida todo el camino, en medio de menstruales espasmos intensificados con cada salto, entre piedras y pantanos. Se llenó de proezas geográficas con sus siete velocidades. Cruzó lagos, ríos, volcanes, puentes, pueblos y nostalgias pedaleando con destreza, enamorándose de cada cuesta y sus descensos.

La última ruta nocturna, ese camino angosto junto a una zanja, la hicimos tras la amarillenta luz que proyectaba una linterna de pilas agotadas. Seguir pedaleando con los ojos cerrados, círculo tras círculo, contra la oscuridad y la distancia. En ese viaje se convirtió en bicicleta-mujer-vegetal. Sus partes de acero convivieron con ramas de arrayanes y coigües. Su manubrio esquivó los arañazos de las quilas y se vistió entera de chilcas. Durmió sobre los poleos silvestres y algunas hojas se compostaron en las honduras de su canasto. Su cuerpo mineral se impregnó con la animalidad de la mujer que la conducía, sintiendo lágrimas, sangres y sudores derramándose sobre sus puños, su sillín y sus pedales. Corría esbelta, graciosa, con su aerodinámica estampa de ruedas altas, haciendo el quite a los emborrachados transeúntes de ese viernes oscureciendo. Cansada, extasiada y presa de un enamoramiento ciclístico, ni el más empinado centímetro quedó sin pedalear. En esos días nació el trance entre mis pies y sus pedales. Entre mis gluteos y su asiento de gel. Entre mis manos callosas y su manubrio curvo. Juntas como único ser, un par de ruedas y otro de humanas extremidades en movimiento. Grandes zancadas circulares impulsan al más fiel grupo de eslabones de hierro. Diente a diente, los aprendí a conocer, con los dedos engrasados que buscaban el brillo profundo de sus metales. Frenos abruptos y libertades al vuelo. Con la espalda erguida, brazos estirados, hombros atrás y la frente en soberana horizontalidad, mi cuerpo femenino y el artefacto transportador en justo equilibrio. Dos seres en carne y metal unidos, un girar de neumáticos altos, con todas mis articulaciones sincronizadas al unísono. A veces no se distinguía quien llevaba a quien, si la bicicleta a la mujer o la mujer a la bicicleta.

Al fin llegamos al último lecho, un albergue en el humilde mercado de la isla. En medio de sus llovidas maderas, la tibieza de una agüita de hierbas y la dulzura de unas empanadas de manzana cobijaron nuestra abrupta llegada ciclística.

Después de unos días, de vuelta en la ciudad, un sonido extraño comenzó a sentirse desde su rueda trasera. El gentío adivinaba nuestro arribo en cada esquina, pues gemía a lo largo de toda la cuadra. Con desquiciada impaciencia, debo confesar, que la golpeé con un talón en su eje trasero perdiendo, en un instante, el equilibrio. Otro golpe y ¡ya!, dejaba de gemir. Pensé que se burlaba de mí tras su silencio caprichoso, pues descubrí que gozaba con las cosquillas del juego en sus rodamientos. Pero Tomata reclamaba de hambre o sed, no lo supe con certeza. Un día de noviembre, soltó sin explicación todo el aire de sus neumáticos, negándose a todas las manos y pruebas para echarla a andar. Supe que no se trataba de una embustera bicicleta. La llevé junto a aquel hombre capaz de comprender a todos los seres mecánicos, quien nos salió a buscar a medio camino, montado en su elegante bicicleta de negro y plata. Traía consigo una bomba de aire, parches, válvulas y soluciones. Tomata se portaba quisquillosa, él inflaba su cámara recién reparada y de inmediato suspiraba todo el oxígeno. Una y otra vez, como si quisiera llamar totalmente su atención. Supuse que no quería que esas masculinas manos dejaran de acariciarla y luego de muchos intentos, la olvidamos un buen rato, apoyada junto al tronco de un árbol. Su válvula quedó conectada toda la tarde al bombín. Mientras la pareja de conductores pedaleantes, conversaban echados sobre el pasto. No dejó de observarnos reír a carcajadas, sin temor al paso de las horas, ofreciendo una de sus ruedas como almohada. Esperaba tranquila, entregada al efecto de las curaciones recibidas y de vez en cuando escuchábamos algunos cascabeleos de alegría que brotaban como suspiros invisibles de su campana. Relinchos que se perdían en la atmósfera de aquel parque en primavera. Avanzada la noche, pedaleamos a casa. Tomata estaba aliviada de sus dolores y en medio de los besos descubrió el inmenso equilibrio que lograba enredada al marco de esa otra bicicleta.

En la ciudad sé que ruge por movimiento y libertad cada mañana. Si la encuentras no la dejes varada en un descanso forzado, rumbo al óxido y a los seres del polvo. A Tomata le gusta ir rauda, temprano por las avenidas principales. Aunque a veces tose en los semáforos, es sensible al esmog, también a los fastidiosos tacos de autos y a la gente atrasada a su trabajo. No le gusta ser agredida por aquellas mujeres que, en el tiempo de espera con luz roja, a tientas frotan crema antiarrugas sobre sus caras. Ni por los espejos retrovisores que se hacen más anchos, en el justo momento que pretende pasar rápida entre los intersticios motorizados. Su campanilla reclama ante la injusticia de la pausa obligada. Le gusta en la mañana galopar con los rayos de sol bañando su tapabarro trasero y, por la tarde, con los arreboles del poniente alumbrando la nevada cordillera. Luminosa Tomata, cabalga sin tregua en todas las estaciones, por todos los paisajes. No la dejes varada, moriría de quietud, haciéndose vieja sin vivir, sin pedalear por todas las cumbres y costas.¡Cuánto extraño a mi bicicleta!. La busco a diario en la diáspora ciclística que circula por Santiago, sé que volverá pedaleando suave. Decidida a buscarme. Para seguir conduciendo por tantas historias más, Tomata y yo."

Ciclista Estirada

Montada en su caballete metálico de dos ruedas altas, pretenciosa pedaleaba la joven por plena Avenida, junto a romeros oscurecidos por el esmog, lavandas florecidas y bocinazos a media cuadra. Sin temor en su recorrido, sentía que el camino era suyo, que todos los automovilistas la miraban, creyéndose el centro del mundo. De pronto, en medio de su engreído pedalear, un perro la adelantó corriendo. -¿Un perro?-, sí un animal canino corriendo presuroso. Paraba en cada semáforo junto al auto de su amo, un perro corre más que el bicicletacéntrico impulso. Era un perro enorme y galopaba hasta perderse entre los autos.