Hierbas aromatizando los aires, frutos maduros acompañando las veredas.

El padre sol aún no entrega sus rayos majestuosos, la madre tierra se prepara para recibir nuevas semillas, otoño, tiempo de preparación. Los pequeños espacios rurales de la ciudad se alegran al recibir a nuevos/as horticultores/as dispuestos/as a danzar con la luna, con el agua.

martes, 11 de junio de 2013

Otoño en el alma vegetal

“Vuelan, vuelan las hojitas
que de los árboles caen
están llorando pobrecitas
de su suerte nadie sabe.
Una hojita está llorando
debajito de un nogal
porque han pasado sus vientos
y  no ha podido jugar”
Gabriela Mistral


Una y otra vez, el cosmos nos invita a su danza eterna por los diferentes ciclos que se expresan en las estaciones. Recordándonos que somos parte de un todo, invitándonos a deambular por la vida y la muerte. Nos acoge una fuerza superior que se comunica con nuestra propia existencia, a través de los cambios ocurridos en el entorno, en los otros reinos que comparten su vida con la experiencia humana.

  Atrás ha quedado el verano y  el frío comienza a apoderarse de la ciudad capital. 
Algunos frutos de marzo y abril  aún se resisten a morir, unos tomates han quedado colgados de las ramas y  sus semillas se preparan a dormir durante las estaciones frías.

La tierra se cubre de materiales secos, las hojas, los restos de paja, los tallos y cientos de plantas agonizan para convertirse en un grueso colchón vegetal, capaz de guardar el calor que duerme en las profundidades. Una reserva de alimento para miles de seres que habitan entre las capas vivas del suelo.

 El ritmo comienza a bajar y cada escenario por el que caminamos nos invita al silencio, a la contemplación a la valentía que significa navegar hacia adentro, en los misterios que se esconden en cada uno de nosotros/as.

Asimismo, las labores en la huerta se tornan más pausadas, si bien seguimos con el tiempo de siembra de otoño-invierno, hay oportunidades para podar aquellas plantas que se han debilitado con su gran crecimiento. Todo lo cual nos habla de que también los seres humanos podemos ejercitar las podas internas, cortar con dolor aquello que ya no nos sirve, que nos limita en nuestro crecimiento espiritual en esta vida. Tras las heridas de esos cortes, se esconde la esperanza,  hablándonos de las transformaciones, que por muy tristes, largas y oscuras han de terminar en una verdadera renovación.

Podemos aproximarnos así a nuevas etapas para sentirnos felices, floreciendo desde nuestra interioridad hacia el mundo de afuera. Tal como las raíces concentran la fuerza durante el otoño-invierno, para luego en primavera expresarse en los brotes, en las floraciones y frutos, con toda la vitalidad que nos confirma que somos seres luminosos, capaces de dar amor a quienes nos rodean. Capaces de nutrir y nutrirnos.

Mientras tanto, en la huerta seguimos con múltiples labores, acompañando a las plantas, buscando nuevos hogares para los almácigos desesperados, cuyas raíces se escapan de los envases que los contienen. Manos laboriosas han dedicado toda la mañana a desenredar con profundo amor y paciencia una maraña de arvejas que han unido sus raíces apretadamente, en un reducido espacio.

Una a una las delicadas hebras han sido separadas y hoy las arvejas se han trasplantado junto a una reja, donde continúan su crecimiento individual, holgadamente, sin competir por nutrientes y espacio con sus hermanas, solo centrándose en sí mismas y en su final tarea que es florecer y llegar a cuajar en hermosas vainas.  

Tal como ellas, nosotros/as podemos trascender este tiempo de otoño y el próximo invierno, centrándonos en nuestras fortalezas personales, concentrando la energía en curar las heridas, en dejar ir aquello que nos daña, dejar que las hojas vuelen libres, caigan de los árboles y se dejen llevar por los vientos. Reconectémonos con la Madre Naturaleza, sintamos el fluir de su ritmo y dejémonos acariciar por su sabiduría. Prontamente volveremos a florecer, tras haber vivido, desde las raíces, aquella  transformación profunda en el alma,  gracias a la oportunidad que el  otoño  nos  regala año tras año.


Sofía Hernández Pérez.


Ñuñoa, otoño de 2013.