Hierbas aromatizando los aires, frutos maduros acompañando las veredas.

El padre sol aún no entrega sus rayos majestuosos, la madre tierra se prepara para recibir nuevas semillas, otoño, tiempo de preparación. Los pequeños espacios rurales de la ciudad se alegran al recibir a nuevos/as horticultores/as dispuestos/as a danzar con la luna, con el agua.

martes, 18 de mayo de 2010

"Cultivando en la Ciudad: Florecen Huertas en Santiago de Chile"


Sofía Arrebol
La agricultura puede ser entendida como una práctica a través de la cual diferentes civilizaciones han asegurado sus necesidades alimentarias por más de 10.000 años en este planeta. La domesticación de las especies vegetales está entre las más importantes revoluciones que los seres humanos hemos realizado. Dicha práctica, con algunas de sus variantes como la horticultura, puede ser representada desde numerosas miradas, comprendiendo que la diversidad sociocultural en donde se desarrolla imprime huellas particulares a un evento que trasciende lo meramente material.
Del mismo modo la horticultura, como expresión agrícola de menor escala y sin el uso de herramientas intensivas como el arado, se expresa tradicionalmente en la figura de la huerta. Un espacio de cultivo particular, cerrado y próximo al espacio doméstico, mantenido en un contexto mayoritariamente rural. En la huerta conviven grandes cantidades de vegetales, destacando la presencia de hortalizas, hierbas medicinales, culinarias y aromáticas. La existencia de estos lugares se atribuye primordialmente al autoconsumo y, en alguna medida, a la venta de excedentes de la cosecha, marcada por el trabajo familiar.
En cuanto a los antecedentes de horticultura en la ciudad, en el caso del Gran Santiago, primeramente estuvo a cargo de los habitantes originarios del Valle del río Mapocho antes de la conquista española. Desde tiempos coloniales la presencia de importantes chacras en los márgenes de la urbe ha provisto de frutas y verduras a los mercados y ferias. Sin embargo, hasta mediados del siglo pasado era común poseer solares familiares al interior de viviendas que contaban con grandes patios, donde se cultivaban árboles frutales y se mantenía algunos animales como gallinas, cabras, vacas, caballos, etc., en los barrios históricos de un Santiago marcado por una acelerada transición entre el campo y la ciudad.
La expansión urbana fue dejando atrás los pequeños paisajes y costumbres propios de la ruralidad, definiendo el tipo de uso del suelo y, por ende, marcando los límites para una horticultura fuera de la ciudad. En la década de los cuarenta se crean los huertos obreros en lo que actualmente corresponde a la comuna de La Pintana, levantando la imagen de que el fenómeno horticultor urbano corresponde a una necesidad propia de los sectores más desprovistos económica y socialmente. Sin embargo durante la última década, el recuerdo de la huerta familiar campesina, esa que tantos/as hombres y mujeres trajeron consigo desde el campo a la capital, ha venido revalidándose como la posibilidad de crear una intervención de este tipo en otros escenarios, actuales y urbanos. Esa huerta de la infancia se ha venido a sembrar en un nuevo micro espacio, con ideas renovadas que, lentamente, comienzan a reemplazar jardines con culto a la estética en jardines comestibles, donde las flores no solo deleitan los sentidos, sino que además son parte de un nuevo ecosistema. Donde se intenta recrear los propios mecanismos de la naturaleza, imitando la diversidad de especies que permiten vivenciar cierto equilibrio ecológico, tan lejano a la artificialidad que ofrece la ciudad.
En diferentes puntos repartidos por las comunas de la Región Metropolitana proliferan, nuevamente, las huertas. De la mano de distintas personas que han decidido comenzar y mantener una conversación permanente con un mundo vegetal que va mostrando múltiples beneficios alimentarios, sociales, terapéuticos, culturales, medioambientales, económicos, entre otros tanto tangibles como también simbólicos. Algunos/as gestores/as han creado programas comunales, como en el caso de La Reina, donde se ha revalidado un sistema tradicional campesino de mediería. A estas huertas acuden familias, parejas de jubilados/as, estudiantes, amigos/as de todas
las edades para trabajar la tierra. Desde comienzos de este siglo, el programa comunal ha ido creciendo, contando este año con más de setenta medieros/as, además de estar organizando la primera feria libre orgánica permanente, en el centro comunitario Aldea del Encuentro.
Gracias a las propias labores en las huertas se consigue producir alimentos sanos, se aprende a elaborar el preciado compost y se cultivan relaciones sociales al son del intercambio de experiencias vitales. Asimismo, el redescubrimiento de numerosos eventos de la naturaleza, sumado al sentimiento de bienestar que esta práctica genera, empuja para que variados grupos de hortelanos/as repliquen la experiencia en sus casas y a veces en sus lugares de trabajo. Del mismo modo, otros/as se han aventurado en la instalación huertera en espacios públicos, tal como el Huerto Orgánico Las Niñas emplazado en una de las orillas del Canal San Carlos, en la misma comuna de La Reina. Su gestora, Bertina Soto, es considerada como una importante referencia de horticultura urbana, tras haber convertido un sitio eriazo, lleno de escombros y basura por allá en el año 2002, en un vergel donde se puede encontrar los más variados tipos de cultivos. Siendo, además, reconocida como una prolífica curadora de semillas dentro de la ciudad.
Asimismo, hace más de diez años, por el sur, en la comuna de El Bosque se han venido gestando distintas experiencias hortícolas en patios de consultorios, en sedes de juntas de vecinos/as y en otros espacios comunitarios. Algunas iniciativas han logrado establecerse con mayor continuidad que otras como el Huerto Orgánico Carelmapu. Donde un grupo de la denominada tercera edad, provenientes mayoritariamente de localidades campesinas, desde fines de los años noventa cultiva una huerta en un patio cedido por la Casa de Encuentro del Adulto Mayor de esta comuna. Un lugar comunitario, con invernadero y un pequeño comedor, donde se reúnen en torno a las labores de la tierra. Manifiestan su preocupación por cuidar de las llamadas “semillas antiguas” y de cultivar orgánicamente. En el tiempo de labranza logran además intercambiar conocimientos con personas de otras generaciones, participando, por ejemplo, de talleres con niños/as de colegios cercanos. Un amplio abanico de motivaciones inmateriales nutren las voluntades para reunirse a cultivar la huerta tres veces a la semana, durante todo el año. Destacando su (re) conexión con una práctica que desarrollaron en su infancia en distintos puntos de Chile, antes de migrar a la capital.
Por otro lado, la fuerte convicción de que estamos viviendo en una época de crisis planetaria social y ambiental, marcada por la creciente amenaza de que se instale el imperio de la transgenia, ha motivado a un grupo de jóvenes, de distintas ocupaciones, a crear el Huerto Orgánico Hada Verde. En pleno corazón de la céntrica comuna de Providencia, se combinan técnicas de cultivo que incluyen elementos de la permacultura, de la agricultura biológico-dinámica, entre otras.
Con el correr del tiempo esta iniciativa ha ido creciendo y ha aparecido en numerosos medios de comunicación masivos, tanto escritos como audiovisuales. Las principales inspiraciones para desarrollar este proyecto horticultor, según señala su principal gestora Stephanie Holiman, se vinculan con la necesidad de hacer frente, desde la propia práctica, a un fenómeno que se vislumbra como gigantesco. Las problemáticas derivadas de la pérdida de variedades tradicionales de especies vegetales, la creciente artificialidad y contaminación de los alimentos que consumimos, la destrucción del paisaje natural y en general la predominante desconexión humana de los procesos de la naturaleza, la han llevado a tomar una marcada posición política centrada en el hacer. Es así como ha transformado su vida y, en la actualidad, Stephanie se dedica de lleno a temas vinculados con la horticultura urbana, realizando talleres educativos, participando en la creación de otras huertas, incluyendo a la comunidad en las labores, realizando ferias en el Huerto Hada Verde, etc.
El sentido que horticultores/as atribuyen a la práctica de mantener lugares de cultivo orgánico, dentro de la ciudad de Santiago, históricamente, ha sido reducido a una mirada economicista. Argumentando que la acción de producir parte de la propia alimentación, responde a una necesidad material más que simbólica. Sin embargo, de acuerdo al recorrido trazado en distintos puntos huerteros de Santiago, puede dilucidarse un profundo conjunto de motivaciones que apuntan a una visión crítica del modelo actual de vida. Mediante el trabajo en la huerta se (re) valoran formas asociativas de convivir. Se vuelve a vincular con elementos básicos de nuestra existencia como es el propio alimento que comemos. Mediante el trabajo hortícola la percepción del tiempo discrepa con la sensación vertiginosa del tiempo urbano, marcado por lo efímero en lo social y los monopólicos intereses de producción económica. Las numerosas experiencias de horticultura planteadas en un contexto urbano están siendo consideradas como una dinámica alternativa a la predominante oposición binaria cultura-naturaleza, donde la primera explota ilimitadamente a la segunda. No sólo se trata de cultivar para comer, sino que además, para expresar una posición política frente a hegemónicas formas de concebir la vida. Cada horticultor/a representa su trabajo, su propia labranza, desde el lugar que ocupa en el mundo, haciendo una interpretación de lo que hace de acuerdo a su historia de vida, sus vivencias. Es así como para algunos/as la huerta urbana recrea la imagen de lo que vivieron en su infancia campesina, donde la huerta era el centro de la vida familiar. Para otros/as la huerta urbana representa una forma cultural de resistir frente a las avasalladoras maneras que la ciudad y el sistema mundial globalizado va tomando en esta época, identificándose más con una mirada hacia el futuro, desde una preocupación ambientalista.
Sin duda la horticultura urbana en la capital seguirá creciendo, pues ha vuelto a florecer en su interior. La alternativa de decidir qué y dónde cultivar está reuniendo a los más variados grupos humanos, constituyéndose en una transversal iniciativa para reunirse y una nueva revolución cultural.

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