"El trabajo con la Tierra ensucia las manos, pero limpia el corazón del hombre" Floridor Pérez. Esta sencilla, pero milenaria práctica de cultivar la tierra es considerada como la primera de las grandes revoluciones que los seres humanos hemos realizado en nuestra historia en el planeta.
Lecturas de la vida para compartir
Hierbas aromatizando los aires, frutos maduros acompañando las veredas.
domingo, 14 de marzo de 2010
lunes, 18 de enero de 2010
"Huerta y cuerpo"
"La metáfora del cuerpo humano en relación con el trabajo hortícola no solo involucra los aspectos físicos anteriormente citados sino que, además, incluye, en aquellos casos donde la horticultura ha calado más profundamente, otra concepción del tiempo. Que asemeja su paso por el cuerpo y en la vida personal tal como ocurre en los ciclos de las plantas, en un tipo de percepción o afectividad más consciente, más presente e incluso diferente a los ritmos hegemónicos que corren vertiginosamente. Donde además el ciclo del crecimiento, la muerte y la resurrección a través de mágico compost, habla de un ciclo inacabable de la vida, todo lo cual contribuye a una particular manera de ser, estar y sentir en el mundo."
(Extracto de: Hernández, S (2009): "Cultivando en la ciudad y otras hierbas: Aproximación antropológica a la experiencia de horticultores/as urbanos/as en Santiago de Chile, " Santiago, Universidad Bolivariana.
(Re) aparecen las huertas....
"La huerta en la ciudad (re)aparece, desde su universo vegetal y cultural, como una conversación con las hierbas, las hortalizas, con los recuerdos y los aprendizajes presentes, en un paraíso cercado de las amenazas externas, de la realidad urbana algo ajena, más cercana al cemento y al tránsito, no sólo de vehículos sino que también en lo que respecta a las relaciones sociales."
"Mujer y naturaleza" Por Sofía Arrebol
De este modo, para los griegos Demeter, fue la diosa de la agricultura y en un nivel más global Gaia, representaba a la tierra. En cuanto al mundo precolombino, para los pueblos andinos, la madre tierra se denominó como Pachamama (de pacha, ‘tiempo’ o ‘época’, y mama, ‘madre’, en lengua quechua). A su vez los aztecas conocían a la diosa tierra como Coatlicue (‘la de la falda de serpientes’ en náhuatl), ñuke mapu (‘madre tierra’), entre nuestra tradición mapuche. Por citar algunos ejemplos de cómo existe un cierto grado de universalidad, en temas que vinculan la figura femenina a la naturaleza. De algún modo explicativo, estas representaciones se han atribuido a algunas características propias de la mujer, como es el caso de engendrar hijos/as y con ello representar la fertilidad, vinculado a la capacidad que posee la tierra para generar vida a través de los recursos que brinda al ser humano: “el lazo que ciertas mujeres sienten con
Asimismo, los hombres estarían guiados en mayor medida por la razón, reflejado en el hecho de poseer el interés de transformar la naturaleza a través de los medios que le puede brindar la cultura, muchos de los cuales han llevado al mundo a una crisis ecológica, ante la cual, mujeres pro ecofeminismo han reaccionado como modo de visibilizar las formas de patriarcado al cual han estado sometidas, junto a la misma opresión de la naturaleza.
Es por esto, que ecofeminismo o feminismo ecologista plantea algunas opciones ante una denominada crisis social, como reflejo de un sistema acumulativo y opresivo, a través de los pensamientos críticos del feminismo por un lado y del ecologismo, por otro. Esta corriente apela a una autoconciencia como especie humana, en el sentido de establecer relaciones más horizontales entre hombres-mujeres y cultura-naturaleza. Para la investigadora, Teresa Flores Bedregal[2] “El ecofeminismo constituye una de las corrientes más innovadoras del pensamiento feminista contemporáneo cuyos aportes tanto a la teoría feminista como a la práctica ambientalista han sido significativos. El ecofeminismo no representa un pensamiento filosófico unificado ni menos terminado, sino que tiene tantas vertientes como representantes en todas partes del mundo [...]”, del mismo modo, destaca que para comprender las relaciones sociales hombre-mujer y cultura-naturaleza, no es suficiente orientarlas desde el análisis económico, como muchas teorías lo han hecho en una especie de ataque contra el modelo de desarrollo de opresión y explotación, puesto que éstas han olvidado la dependencia que las actividades productivas guardan con los recursos naturales. Sin embargo “[...] ante la actual escasez de varios de estos recursos y con la crisis ambiental que hemos creado debido a sistemas de producción y consumo depredadores, estos factores deben considerarse como parte estructural de los procesos sociales. En este contexto la visión holística del ecofeminismo y la articulación de los nuevos enfoques dentro de los varios planos de análisis, resulta de capital importancia para comprender los condicionantes involucrados en las relaciones de género y a dónde debiera apuntar la tercera ola del feminismo” (Ibid)
En este sentido es que vinculo los planteamientos ecofeministas con los postulados de una nueva visión del desarrollo, redefinido desde la sustentabilidad que este modelo carece. Para la autora Rayén Quiroga[3], el surgimiento de una especie de economía socioecológica, no considerada desde una rama de la economía convencional, se trataría de “[...] una transdisciplina científica emergente que reconoce límites ecológicos al crecimiento económico y que se ocupa de estudiar y manejar el problema de la sustentabilidad. Este nuevo campo de conocimiento pretende generar un diálogo entre la economía y la ecología, desde un nuevo paradigma científico, construyendo un sistema conceptual e instrumental propio. Así, trasciende los avances recientes de la economía ambiental y de recursos naturales, que desde el pensamiento y los métodos económicos, se han ocupado de "incorporar" variables ambientales, sin hacerse cargo de la discusión del sustrato cultural, ético y estilístico que configura una determinada opción de desarrollo.”
De este modo, una alternativa de desarrollo sustentable en profunda sintonía con el trabajo productivo atribuido, en mayor medida, a las mujeres, es aquel que se relaciona con la visión de una huerta orgánica. La cual en sus principios esenciales considera el equilibrio ecológico, a través de una agricultura que no demanda el uso de elementos externos a la naturaleza para generar mayor cantidad de producción , sino que es capaz de establecer una relación de existencia armónica entre las especies que habitan en su ambiente próximo. En este sentido, el trabajo femenino desarrollado en este lugar, presenta muchos elementos desarrollados anteriormente, los cuales desde los principios del ecofeminismo, arrojan múltiples luces para interpretar cuáles son las construcciones culturales que asocian a las mujeres a esta ya citada cercanía con la naturaleza.
[1] Viola, A. (comp.): “Antropología del Desarrollo; Teoría y estudios etnográficos en América Latina”; PAIDOS, Barcelona, 2000.
[2]Flores Bedregal Teresa; PRIMERA BOLETINA FEMINISTA: Lanzamiento oficial: 26 de agosto del 2001, San José de Costa Rica
[3] Quiroga, Rayén: Para forjar sociedades sustentables, en revista POLIS, Ediciones U. Bolivariana, Santiago, 2000.
martes, 12 de enero de 2010
Huertas Urbánicas...
jueves, 7 de enero de 2010
"Tomata y yo"
"Velocípeda, hembra transportadora, yegua metálica de azules reflejos. Vehículo que amortigua angustias y conduce por la fantasía. Corre serena día y noche, siempre más rápida cuando el pedaleo es de regreso A veces parece que de sus alforjas brotan alas, cuando sobre las calles eleva su esqueleto. Para ella cualquier ruta se transforma en pedaleable. Sus llantas del veintiocho no vacilan frente a las piedras, ni a los adoquines, menos ante el cansancio de los últimos kilómetros que la separan del destino. A simple vista parece una bicicleta común y corriente, con neumáticos un poco más gruesos que los de costumbre para su talla, además de un canasto al frente y una silla trasera con resortes para criar a una hija despierta. Por las aceras populosas nos deslizábamos juntas al medio día. Tres cuerpos y tres almas, fluyendo por un puñado de calles, parques y escenas. Madre, hija y bicicleta. Es fiel compañera, mecánica y sigilosa. Una camella grandota, bicicleta potranca. Debajo de su actual azul metálico guarda sus colores originales, verde y rojo, como un tomate. Su alma es provinciana, como la mía. La compré en Santa Cruz a un viejo constructor de bicicletas, con unos ahorros que tenía reservados para financiar una rebelión en el Gran Santiago.
Se hizo bicicleta-mujer un verano en los caminos del recóndito Lago Budi. Fue lejos de la capital donde conoció el óxido sobre sus rayos, aquella noche que durmió junto a una carpa de ciclistas amantes, escuchando el frío oleaje en la extensa y solitaria playa de Puerto Saavedra. Aún joven, siguió herida todo el camino, en medio de menstruales espasmos intensificados con cada salto, entre piedras y pantanos. Se llenó de proezas geográficas con sus siete velocidades. Cruzó lagos, ríos, volcanes, puentes, pueblos y nostalgias pedaleando con destreza, enamorándose de cada cuesta y sus descensos.
La última ruta nocturna, ese camino angosto junto a una zanja, la hicimos tras la amarillenta luz que proyectaba una linterna de pilas agotadas. Seguir pedaleando con los ojos cerrados, círculo tras círculo, contra la oscuridad y la distancia. En ese viaje se convirtió en bicicleta-mujer-vegetal. Sus partes de acero convivieron con ramas de arrayanes y coigües. Su manubrio esquivó los arañazos de las quilas y se vistió entera de chilcas. Durmió sobre los poleos silvestres y algunas hojas se compostaron en las honduras de su canasto. Su cuerpo mineral se impregnó con la animalidad de la mujer que la conducía, sintiendo lágrimas, sangres y sudores derramándose sobre sus puños, su sillín y sus pedales. Corría esbelta, graciosa, con su aerodinámica estampa de ruedas altas, haciendo el quite a los emborrachados transeúntes de ese viernes oscureciendo. Cansada, extasiada y presa de un enamoramiento ciclístico, ni el más empinado centímetro quedó sin pedalear. En esos días nació el trance entre mis pies y sus pedales. Entre mis gluteos y su asiento de gel. Entre mis manos callosas y su manubrio curvo. Juntas como único ser, un par de ruedas y otro de humanas extremidades en movimiento. Grandes zancadas circulares impulsan al más fiel grupo de eslabones de hierro. Diente a diente, los aprendí a conocer, con los dedos engrasados que buscaban el brillo profundo de sus metales. Frenos abruptos y libertades al vuelo. Con la espalda erguida, brazos estirados, hombros atrás y la frente en soberana horizontalidad, mi cuerpo femenino y el artefacto transportador en justo equilibrio. Dos seres en carne y metal unidos, un girar de neumáticos altos, con todas mis articulaciones sincronizadas al unísono. A veces no se distinguía quien llevaba a quien, si la bicicleta a la mujer o la mujer a la bicicleta.
Al fin llegamos al último lecho, un albergue en el humilde mercado de la isla. En medio de sus llovidas maderas, la tibieza de una agüita de hierbas y la dulzura de unas empanadas de manzana cobijaron nuestra abrupta llegada ciclística.
Después de unos días, de vuelta en la ciudad, un sonido extraño comenzó a sentirse desde su rueda trasera. El gentío adivinaba nuestro arribo en cada esquina, pues gemía a lo largo de toda la cuadra. Con desquiciada impaciencia, debo confesar, que la golpeé con un talón en su eje trasero perdiendo, en un instante, el equilibrio. Otro golpe y ¡ya!, dejaba de gemir. Pensé que se burlaba de mí tras su silencio caprichoso, pues descubrí que gozaba con las cosquillas del juego en sus rodamientos. Pero Tomata reclamaba de hambre o sed, no lo supe con certeza. Un día de noviembre, soltó sin explicación todo el aire de sus neumáticos, negándose a todas las manos y pruebas para echarla a andar. Supe que no se trataba de una embustera bicicleta. La llevé junto a aquel hombre capaz de comprender a todos los seres mecánicos, quien nos salió a buscar a medio camino, montado en su elegante bicicleta de negro y plata. Traía consigo una bomba de aire, parches, válvulas y soluciones. Tomata se portaba quisquillosa, él inflaba su cámara recién reparada y de inmediato suspiraba todo el oxígeno. Una y otra vez, como si quisiera llamar totalmente su atención. Supuse que no quería que esas masculinas manos dejaran de acariciarla y luego de muchos intentos, la olvidamos un buen rato, apoyada junto al tronco de un árbol. Su válvula quedó conectada toda la tarde al bombín. Mientras la pareja de conductores pedaleantes, conversaban echados sobre el pasto. No dejó de observarnos reír a carcajadas, sin temor al paso de las horas, ofreciendo una de sus ruedas como almohada. Esperaba tranquila, entregada al efecto de las curaciones recibidas y de vez en cuando escuchábamos algunos cascabeleos de alegría que brotaban como suspiros invisibles de su campana. Relinchos que se perdían en la atmósfera de aquel parque en primavera. Avanzada la noche, pedaleamos a casa. Tomata estaba aliviada de sus dolores y en medio de los besos descubrió el inmenso equilibrio que lograba enredada al marco de esa otra bicicleta.
En la ciudad sé que ruge por movimiento y libertad cada mañana. Si la encuentras no la dejes varada en un descanso forzado, rumbo al óxido y a los seres del polvo. A Tomata le gusta ir rauda, temprano por las avenidas principales. Aunque a veces tose en los semáforos, es sensible al esmog, también a los fastidiosos tacos de autos y a la gente atrasada a su trabajo. No le gusta ser agredida por aquellas mujeres que, en el tiempo de espera con luz roja, a tientas frotan crema antiarrugas sobre sus caras. Ni por los espejos retrovisores que se hacen más anchos, en el justo momento que pretende pasar rápida entre los intersticios motorizados. Su campanilla reclama ante la injusticia de la pausa obligada. Le gusta en la mañana galopar con los rayos de sol bañando su tapabarro trasero y, por la tarde, con los arreboles del poniente alumbrando la nevada cordillera. Luminosa Tomata, cabalga sin tregua en todas las estaciones, por todos los paisajes. No la dejes varada, moriría de quietud, haciéndose vieja sin vivir, sin pedalear por todas las cumbres y costas.¡Cuánto extraño a mi bicicleta!. La busco a diario en la diáspora ciclística que circula por Santiago, sé que volverá pedaleando suave. Decidida a buscarme. Para seguir conduciendo por tantas historias más, Tomata y yo."
Ciclista Estirada
Montada en su caballete metálico de dos ruedas altas, pretenciosa pedaleaba la joven por plena Avenida, junto a romeros oscurecidos por el esmog, lavandas florecidas y bocinazos a media cuadra. Sin temor en su recorrido, sentía que el camino era suyo, que todos los automovilistas la miraban, creyéndose el centro del mundo. De pronto, en medio de su engreído pedalear, un perro la adelantó corriendo. -¿Un perro?-, sí un animal canino corriendo presuroso. Paraba en cada semáforo junto al auto de su amo, un perro corre más que el bicicletacéntrico impulso. Era un perro enorme y galopaba hasta perderse entre los autos.