“En este libro vamos a encontrar al trobriandés esencial. Comoquiera que pueda aparecer ante los demás, a sí mismo se considera primeramente y ante todo un horticultor. Su pasión por la tierra es la propia de un verdadero campesino. Experimenta una misteriosa alegría en cavar la tierra, removerla, plantar las semillas, ver crecer las plantas, verlas luego madurar y finalmente recoger la cosecha. Si se le quiere conocer hay que verlo en el marco de su huerto de ñames, entre sus palmerales, o en sus campos de taro. Hay que verlo cavando la tierra negra o parda, entre las blancas excrecencias de coral muerto, y construyendo la cerca que rodea a su huerto con un ‘muro mágico’, que al principio brilla como el oro en medio del verdor de las nuevas plantas, y luego aparece broncíneo y gris bajo las ricas guirnaldas de las hojas de ñames” (Malinowski, 1935: 19).
"El trabajo con la Tierra ensucia las manos, pero limpia el corazón del hombre" Floridor Pérez. Esta sencilla, pero milenaria práctica de cultivar la tierra es considerada como la primera de las grandes revoluciones que los seres humanos hemos realizado en nuestra historia en el planeta.
Lecturas de la vida para compartir
Hierbas aromatizando los aires, frutos maduros acompañando las veredas.
El padre sol aún no entrega sus rayos majestuosos, la madre tierra se prepara para recibir nuevas semillas, otoño, tiempo de preparación. Los pequeños espacios rurales de la ciudad se alegran al recibir a nuevos/as horticultores/as dispuestos/as a danzar con la luna, con el agua.
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